jueves, 6 de octubre de 2011

Domesticar a un perro... ¡sacrilegio!



BEATRIZ MESA. EL PERIODICO DE CATALUNYA.

Maltrato, abandono, violencia... Al leer estos términos, pensamos automáticamente en la mujer repudiada y castigada por un hombre machista, ¿no? Pues, por esta vez, no. Esas palabras tienen que ver con los animales invisibles.
Durante toda la jornada de ayer buscaba inútilmente por las calles gatos o perros. Ni rastro. Se podía entender teniendo en cuenta los todavía plomizos días de septiembre, pero ni siquiera a la luz de la luna los ves vagabundeando al acecho de comida o inmersos en el océano basurero que inundan avenidas y callejuelas. Abunda la costumbre de echar la porquería directamente sobre el contenedor hasta que este rebosa exhalando un olor a putrefacción irremediable. No hay alma sensible que busque domesticar a un gato o a un perro como animal de compañía. Peor aún, los que existen son tratados como objetos de juego para los niños que se entretienen golpeándolos con delgados palos imitando a una suerte de pastor que trata de enderezar a su rebaño, sin que a ningún ciudadano se le encoja el corazón e intervenga para frenar la violencia ejercida contra estos animales sin dueños. Para ellos no existen twitters ni facebooks con los que dejar constancia del desprecio y el maltrato al que son sometidos.
Los marroquís reconocen que esta sociedad se caracteriza por la frivolidad con la que se manifiesta en lo referente al sufrimiento de los animales. Si ni siquiera un ciudadano es capaz de intervenir en el momento en que un hombre agrede a una mujer porque considera que es su marido y como tal goza de toda potestad para arremeterla, ¿cómo va a actuar en la defensa de un caniche? –se lo preguntan los más autocríticos de la capital marroquí para los que el maltrato de los animales no está, ni mucho menos, ligado a la pobreza–. Cuanto más se alejan estas víctimas del hombre de las grandes urbes, más respetadas son.
Las razones que explican el choque entre el animal y el musulmán se encuentran, en su mayoría, en la fe islámica. Por una parte, se ha extendido la infundada idea de que los perros, por ejemplo, son impuros según se recoge en el Corán. Sin embargo, los verdaderos teóricos del texto religioso se quejan de la equivocada mentalidad marroquí con respecto al trato que se le está dando porque argumentan que para el profeta Mahoma hasta el animal tiene derechos y el islam no autoriza a agredirlo ni a matarlo como tampoco permitiría que un musulmán cogiera huevos de una gallina. E igualmente el texto señala que los primeros refugios del animal fueron creados por los fieles de la religión islámica en el siglo XII. Pero independientemente de la impureza del animal, hay otra versión que se palpa en los hogares de los marroquís.
Un perro o un gato podrían suponer un obstáculo para el buen musulmán de cinco oraciones al día. Antes de realizarse el rezo, el religioso se somete a las abluciones –el ritual que implica un lavado de manos y de pies momentos antes de invocar a Alá para purificar el cuerpo y el alma– por lo que el apetito del animal de lanzarse hacia su amo en la ocasión sagrada interrumpiría el rito de la oración. Claro que esto no justificaría el maltrato. Su protección sí que depende de Alá.

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